“Que el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en la fe, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13 NVI).
Donde vivimos, los girasoles crecen en abundancia. Adornan los jardines de la ciudad, florecen como cultivos agrícolas e incluso ondean alegremente desde las cunetas de la carretera. Mis nietas pequeñas están fascinadas con estas flores y con la forma en que siguen fielmente al sol desde que sale hasta que se retira por la tarde. Dondequiera que esté el orbe dorado, estas hermosas y soleadas flores tendrán sus caras florales vueltas hacia él, elevadas con lo que podría llamarse una expresión alegre.
Al contemplar este fenómeno del girasol, pensé en mi alegría y en mi seguimiento del Hijo. El Hijo de Dios, Jesús, quien declaró esta verdad: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Juan 8:12b NVI)
En el mundo de hoy hay mucha oscuridad. La gente se ha alejado de Dios en masa. Con este alejamiento se ha creado un vacío en nuestra sociedad. Un vacío que se ha llenado con impiedad; con una mirada hacia la oscuridad, la oscuridad de nuestras propias mentes humanas en lugar de la Luz del mundo, Jesús.
A la luz de este hecho y de las consecuencias que estamos viendo en nuestras sociedades, en forma de violencia, intolerancia, odio, guerra, inmoralidad, enfermedades mentales, cambio climático, enfermedades y mucho más, descubro que debo ser siempre diligente para no desanimarme y temer por el futuro. Más bien, como el girasol radiante, yo también debo seguir al sol, la Luz del mundo, Jesús. Debo mantener mi rostro, mis ojos mirando a Él y a Su verdad, día y noche, porque “el que nos cuida no dejará que resbalemos; el que nos cuida no se adormecerá”. (Salmo 121:3 NVI)
Al mantener mi rostro y los ojos de mi espíritu interior enfocados en Él, recuerdo que Dios todavía tiene el control. Jesús, la Luz del mundo, no está muerto, está vivo, ahora y por siempre, y tiene un plan para el bien de quienes lo aman y son llamados según Su propósito. Parte de ese plan es que rebosemos de esperanza por el poder del Espíritu Santo, un rebosamiento que resulte en paz y alegría tanto en nuestro interior como en nuestro exterior, en forma de un semblante alegre y una palabra o acción de esperanza y aliento para que otros también puedan llegar a conocer a Jesús, la Luz del mundo.
Oración: Padre Dios, cuán agradecidos estamos de que, al mirarte en medio de la oscuridad de este mundo, no debemos desesperarnos, sino más bien llenarnos de un rebosante de esperanza, paz y alegría por medio del poder de Tu Espíritu Santo. En el nombre de Cristo, te damos gracias. Amén.
Lynne Phipp
Tawatinaw, Alberta, Canadá
Traducido por Pascal Lambert.