Estábamos en la ciudad cuando recibimos la llamada. Ade, de siete años, se había caído en el patio del colegio y necesitaba ir al hospital. De camino al colegio, mi hija Mary y yo hablamos sobre la mejor solución, ya que nuestra furgoneta iba llena de víveres y tendríamos que esperar varias horas en urgencias.
Decidimos recoger a Ade e ir inmediatamente al hospital, donde yo dejaría a mamá y a mi hija, mientras yo daba la vuelta y conducía a casa con mi nieta pequeña, que también estaba con nosotras. Juntos, Lindy y yo descargaríamos el coche y daríamos de comer a los perros. Mi yerno, que también estaba fuera de la ciudad, pasaría por el hospital de camino a casa y recogería a Mary y a Ade, una vez que los médicos terminaran el tratamiento.
Cinco horas después, Ade llegó a casa con el brazo izquierdo entablillado y en cabestrillo. El brazo se había fracturado justo por encima del codo y permanecería estabilizado con este aparato durante las siguientes seis u ocho semanas, hasta que el hueso se consolidara.
Como adultos, nos sentimos aliviados de que no fuera necesaria una cirugía para fijar el hueso, pero Ade estaba devastada. Para ella, el verano estaba arruinado. Se acabó el béisbol. Nada de nadar en la fiesta de cumpleaños de su amiga la semana siguiente. Ni siquiera un período de natación, hasta agosto, por cierto. Su lista seguía y seguía mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Además de la férula y el cabestrillo, necesitó mucha escucha y apoyo emocional positivo durante varios días antes de que pudiera calmarse, aceptar lo sucedido y empezar a sacar lo mejor de la situación, hasta que el brazo se recuperara.
Este incidente me hizo reflexionar sobre el hecho de que, cuando la vida fractura las esperanzas y los sueños de quienes nos rodean, que nosotros, como pueblo de Dios, estemos dispuestos a ofrecerles consuelo y apoyo sanador, mientras ellos también sanan.
Las Escrituras nos recuerdan:
“Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no maldigáis. Regocijaos con los que se alegran; llorad con los que lloran”. (Romanos 12:14,15 NVI)
“Lleven los unos las cargas de los otros, y así cumplirán la ley de Cristo.” (Gálatas 6:2 NVI)
“Sean compasivos, amen como hermanos, compasivos y humildes.” (1 Pedro 4:8b NVI)
Apoyar a los demás a menudo requiere el sacrificio de escuchar atentamente y brindar apoyo emocional positivo. Aceptar esperanzas y sueños rotos no es fácil para la mayoría de las personas. El dolor y la pérdida cobran su precio y deben superarse para que la salud y la sanación lleguen, ya sea física, mental o emocionalmente. Que nosotros, hijos de Dios, estemos presentes para estabilizar y apoyar a nuestros amigos, y sí, incluso a nuestros enemigos en sus momentos de desamparo, tal como Cristo lo hizo y lo hace por nosotros, cada día.
Oración: Señor, conviérteme en una férula y un cabestrillo de apoyo para aquellos cuyas vidas han sido fracturadas. En el nombre de Cristo, lo pido. Amén.
Lynne Phipps
Tawatinaw, Alberta, Canadá
Traducido al español por Pascal Lambert