De joven, pensaba que a mi papá no le importaba.
¿Por qué iba a pensar algo así?
Porque nunca hacía nada conmigo y pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su oficina del piso de arriba.
No fue hasta que falleció que empezaron a llegarme historias que me hicieron darme cuenta de que lo que siempre había creído sobre mi papá era simplemente… ¡falso!
En un momento dado, encontré una foto de mi papá y una versión muy joven de mi hermano mayor junto a un barco en el puerto de Ostende, en Bélgica. Cuando le pregunté a mi mamá al respecto, su respuesta me sorprendió. ¡Reconoció que mi papá tenía un barco! ¡Nunca lo había sabido! Con disgusto en la voz, me dijo que él había querido llevar a sus hijos a navegar, ¡pero ella había intervenido! ¡Era demasiado peligroso!
Después surgieron otras historias similares, y el patrón se hizo evidente: mi padre no había pasado tiempo conmigo porque mi madre consideraba demasiado peligrosas las únicas maneras que conocía de pasar tiempo con sus hijos. Como resultado, simplemente se encerraba en la oficina para no correr el riesgo de lastimarlos con las actividades que proponía.
Todo esto suena muy negativo contra mi madre, pero en realidad no lo era. Era la madre más amorosa y atenta que uno pueda imaginar. Consideraba que mantener a sus hijos a salvo era su responsabilidad divina. Al fin y al cabo, eran un regalo de Dios, y cualquier otra cosa habría sido negligencia. Algunos dirían que era sobreprotectora, y quizá lo era. Sin embargo, todo lo hacía con amor y un profundo sentido de responsabilidad hacia mi hermano y hacia mí.
La verdad era que mis padres me amaban muchísimo; ¡pero mi padre no encontraba maneras de demostrármelo que mi madre no considerara demasiado peligrosas! ¡Simplemente no encontraban puntos en común!
Aprender algunas de estas historias me ayudó a sanar el dolor que siempre llevé en el corazón. ¡Mi mayor arrepentimiento es no haber aprendido estas cosas antes de que falleciera!
El Día del Padre está a solo dos días, y aunque probablemente no celebré a mi papá en vida como se merecía, cada Día del Padre dedico tiempo a disfrutar de su amor. Me amó lo suficiente como para respetar los deseos de mi madre. Me amó lo suficiente como para querer que estuviera a salvo, incluso cuando no entendía el peligro. ¡Me amó lo suficiente como para querer mantener la paz en el hogar en el que crecí! Y aunque ahora está en el cielo, cada Día del Padre le pido a Jesús que le susurre al oído: “¡Feliz Día del Padre a un papá que me amó más de lo que jamás podría entender!”.
Todo esto me hace pensar en Dios.
Verán, Dios es nuestro Padre supremo; sin embargo, ¡hay tantas veces en que cuestionamos su amor por nosotros! Quizás no respondió a una oración. Quizás no siempre podemos sentir su presencia ni escuchar su voz. Quizás no nos dejó hacer algo que realmente queríamos. Sin embargo, al igual que el silencio de mi padre terrenal no significa que no esté interesado en nosotros, esto tampoco significa que Dios no nos ame. Y, con toda seguridad, ¡no significa que se doblegue a los deseos de nuestras madres ni de ninguna otra fuente humana! ¿Será que en esos momentos de aparente silencio nos está expresando su amor supremo?
Tomemos, por ejemplo, la oración que aún no ha respondido. ¿Será porque, en su sabiduría suprema, sabe que esperar un poco antes de responder nos beneficiará a largo plazo? «Todo lo hizo hermoso a su tiempo» (Ecl. 3:11a NVI). Recuerdo la historia de Lázaro. Aunque Jesús sabía que Lázaro se estaba muriendo, ¡esperó cuatro días para regresar a Betania! ¡Debió saber que Lázaro moriría incluso antes de llegar! ¡Pero fue por un bien mayor! Jesús sanaba gente constantemente, ¡pero no había resucitado muchos muertos! ¡Y qué impacto tuvo ese milagro (ver Juan 11)!
¿Y qué hay del hecho de que no podemos sentir su presencia ni oír su voz? ¿Será porque hay algo en nuestras vidas que impide su comunicación con nosotros? ¿Algo como… el pecado? «Ciertamente el brazo del Señor no se ha acortado para salvar, ni su oído se ha endurecido para oír. Pero sus iniquidades los han separado de su Dios; sus pecados han hecho ocultar de ustedes su rostro para no escuchar» (Isaías 59:1-2 NVI).
¿O quizás somos nosotros quienes alejamos a Dios? ¿Recuerdan la historia del hijo pródigo? ¡Su padre no lo ignoraba! ¡Fue el hijo quien decidió irse! ¡Su padre esperaba cada día su regreso (ver Lucas 15:11-31)! ¡Y con Dios es lo mismo! ¡Él no nos impone su presencia! Él quiere que elijamos seguirlo, y nos busca: “Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se extravía, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va a buscar la que se extravió?” (Mateo 18:12 NVI).
Así como no podía asumir que mi papá no me amaba porque nunca hizo nada conmigo, ¡no podemos simplemente asumir que Dios no nos ama! Si se siente ausente, búsquenlo donde pueda encontrarlo, porque Él dice: ¡Aquí estoy! Estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré con él y cenaré con él, y él conmigo. (Apocalipsis 3:20 NVI).
Este Día del Padre, dedica un tiempo a celebrar a tu padre terrenal. Quizás no tuviste el mejor ejemplo de un padre terrenal; pero entiende que quizás lo ves así porque no estás al tanto de todos los hechos. De la misma manera, ¡dedica tiempo también a honrar a tu Padre Celestial! Y si crees que no te ama, recuerda que Dios nunca nos rechaza. Cuando hay un problema con Dios, siempre somos nosotros y no Él, ¡porque su amor por nosotros es perfecto!
¡Feliz Día del Padre!
Inspirado por Rob Chaffart
Fundador, Ministerios Answers2Prayer
Traducido al español por Pascal Lambert