Casi me avergüenza admitir la inspiración para este devocional… Verán, tengo este vicio… Empezó en 1966, cuando se emitió la primera temporada. ¡No pude evitarlo! Ese mismo día, me convertí en un Trekkie empedernido…
Ah, ya sé lo que están pensando, y yo también. Sin embargo, la serie Star Trek tuvo un gran impacto en mi joven e impresionable mente, e incluso hoy en día vuelvo a ver algunas de esas series originales con nostalgia.
El segundo episodio de la serie original de Star Trek se titulaba Charlie X. La historia era más o menos así: una nave espacial se estrellaba en un planeta y todos sus ocupantes morían excepto un niño de 3 años llamado Charlie. Siendo tan pequeño, era imposible que este niño sobreviviera solo en un planeta; pero resultó que no estaba solo. El planeta estaba habitado por seres muy poderosos. Estos seres no podían cuidar físicamente ni interactuar con el pequeño Charlie, pero sí podían hacer algo por él: otorgarle poderes sobrenaturales para ayudarlo a sobrevivir. Y sobrevivió, completamente solo, sin ningún otro contacto humano.
Catorce años después, Charlie escapó del planeta a bordo de una nave espacial. Su idea era encontrar a otros como él. El único problema era que Charlie carecía de habilidades sociales y nunca había aprendido a llevarse bien con la gente. Además, aún poseía los poderes supremos que le habían sido otorgados de niño. Como resultado, Charlie no podía controlar sus emociones, y cada vez que alguien —¡o algo!— lo enojaba, lo destruía. Fundió un juego de ajedrez entero porque perdió una partida. Hizo desaparecer a tripulantes simplemente porque se reían de él, y destruyó una nave espacial entera y a su tripulación porque supuestamente “no les gustaba”. Con el tiempo, incluso tomó el control de la nave espacial Enterprise.
Al rever este antiguo episodio, la sabiduría del viejo dicho, «el poder absoluto corrompe absolutamente», se hizo cada vez más evidente, y comencé a alabar a Dios por no haberles dado a los seres humanos poder absoluto.
Sin embargo, me hizo reflexionar. Dios mismo tiene poder absoluto. Jesús mismo lo dijo cuando dijo: «…pero para Dios todo es posible» (Mateo 19:26 NVI). También sabemos que Dios se enoja. El primer ejemplo de esto en la Biblia se registra en Éxodo 4:14a: «Entonces la ira del Señor se encendió contra Moisés…» (NVI). Sin embargo, a diferencia de Charlie, Dios no hizo desaparecer a Moisés. No derritió su vara ni destruyó el suelo sobre el que se apoyaba. En este ejemplo, como en todos los ejemplos bíblicos donde la ira de Dios ardía, ¡vemos que el poder absoluto no tiene por qué corromper absolutamente!
Entonces, ¿cuál es la principal diferencia entre Dios y Charlie? Además de que Dios es verdaderamente todopoderoso, y Charlie es solo el producto de la imaginación de alguien, vemos una gran diferencia: Dios nos ama con un amor perfecto: «Mas Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8 NVI). Las leyes del amor prohíben el tipo de ira que Charlie mostró, porque: «El amor es paciente, es bondadoso. No tiene envidia, no se jacta, no se enorgullece. No deshonra a los demás, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor» (1 Corintios 13:4-5 NVI).
Quizás no sea el poder absoluto lo que corrompe, después de todo, sino más bien, ¡el poder absoluto en ausencia de amor!
Sí, un ser poderoso sin amor no es una fuerza con la que ninguno de nosotros quisiera luchar. Sin embargo, cuando se añade el amor absoluto a la ecuación, de repente ese poder absoluto puede usarse para el bien en lugar del mal.
Me alegra mucho servir a un Dios todopoderoso, pero que usa su poder para traer el bien en lugar del mal. ¡Alabo a Dios porque su poder absoluto está controlado por un amor perfecto! ¡Y qué combinación tan poderosa es esa! ¡Alabo a Dios por ser omnipotente y por amarnos con perfección!
Y aunque ninguno de nosotros es omnipotente, especialmente el Charlie ficticio, todos nos encontramos ocasionalmente en la posición de tener poder sobre alguien o algo. Cuando esto suceda, recordemos no dejar que nos corrompa; sino más bien, dejar que el amor gobierne para que podamos usar nuestro poder para el bien en lugar del mal.
Ah, ¡y agradezco a Dios por no dar a los seres humanos poder absoluto!
Inspirado por Rob Chaffart
Fundador, Ministerios Answers2Prayer
Traducido al español por Pascal Lambert