“Los generosos serán ellos mismos bendecidos, porque comparten su comida con los pobres”. (Proverbios 22:9 NVI)

Estaba sentado en una mesa médica larga, negra y plegable. A mi lado había una mujer vestida con una bata médica hablando sobre el cambio de frío que había sufrido el clima recientemente. Una radio en la esquina sonaba música navideña a pesar de que aún faltaban semanas para ello. Tomé un sorbo de la botella de limonada que había traído conmigo para no marearme. También miré a todas las demás personas que estaban recostadas en sus mesas médicas. Cada uno de nosotros tenía una aguja en el brazo y de ella salía un tubo largo que llenaba una bolsa de plástico debajo. Cada uno de nosotros había venido a dar un regalo precioso para ayudar a los demás, hacer del mundo un lugar mejor y tal vez incluso salvar una vida.

Era la campaña de donación de sangre local y había conducido 12 millas a través de caminos nevados para llegar allí. Intenté no perderme ninguno ni siquiera en invierno. A pesar de todo el tiempo que me tomó, me sentí bendecida de poder devolver este regalo a otros. Me habían dado mucho en esta vida: una familia amorosa, muchos amigos, adorables mascotas, un hogar cómodo y suficiente dinero para satisfacer mis necesidades. Todos los días mis oraciones siempre incluían las palabras: “Gracias Dios por mi vida”. Los regalos que me habían dado me parecieron maravillosos, pero lo único que me trajo más felicidad que cualquier otra cosa fue devolver algo. Verás, en esta vida nada te trae tanta alegría como ocupar tu lugar en el gran círculo de Amor que Dios creó para todos nosotros. En este círculo recibes y das hasta que todo se vuelve uno. Cuanto más devuelves, más recibes a cambio. Cuanto más amor dejas fluir desde tu corazón, más amor fluye hacia él desde arriba.

Hay muchísimos regalos que también puedes dar en esta vida: una sonrisa, una palabra amable, unos cuantos dólares, un abrazo, una carta o un correo electrónico afectuoso e incluso medio litro de sangre. Cada uno de ellos no tiene precio y es precioso. Cada uno de ellos trae un poco más de Cielo a tu corazón. Cada uno de ellos hace sonreír a Dios. Que entonces llenes tu vida de dar. Que llenes tu vida de Amor.

José J. Mazzella